Molulo: EL RECUERDO VIVO DE RAMIRA Y DANIEL QUISPE, LOS NIÑOS QUE PSARON 14 DIAS PERDIDOS EN EL MONTE

Por Florencia Illbele - infobae.- Hace tres décadas, dos niños salieron de su casa para ir a buscar a sus padres, pero se extraviaron y pasaron dos semanas sin rumbo en Molulo, uno de los lugares más inaccesibles e inhóspitos de la provincia. El caso repercutió en todo el pais, que se movilizó para encontrarlos...

JUJUY22 de enero de 2025El Expreso de JujuyEl Expreso de Jujuy
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Su desaparición mantuvo en vilo a toda la provincia durante dos semanas. Finalmente, a principios de diciembre y tras una intensa búsqueda, los encontraron con vida. Habían sobrevivido comiendo , plantas silvestres, fruta y tomando agua del río. Los medios locales hablaron de un “milagro”, pero ellos nunca dieron su versión a la prensa. Tres décadas más tarde, decidieron hablar por primera vez con Infobae.

Es un domingo a la tarde y Ramira (34) y Daniel (36) saludan del otro lado de la pantalla. Ya no son aquellos niños desnutridos que rescató el grupo Elite del Cuerpo de Infantería. Ella es madre de tres hijos, ama de casa y vive en Alto Comedero, en San Salvador de Jujuy; él es papá de una nena y un varón, trabaja como albañil y vive en el barrio El Chingo, también en San Salvador. “Teníamos ganas de contar nuestra historia”, aseguran.

Como sucede con los casos que conmueven a la sociedad, tras enfrentar la prueba más brutal de sus vidas, los hermanos Quispe dejaron de ser anónimos y, por un tiempo, su apellido cobró cierta notoriedad en Jujuy. Tanto es así que, luego de encabezar las portadas de varios diarios, recibieron la visita de Fernando “El mono” Navarro Montoya, quien les dejó uno de clásicos buzos de regalo. Además, el escritor jujeño Godofredo Garay publicó un libro con su historia al que llamó “El milagro de Molulo”.

Con los años, sin embargo, los medios les perdieron el rastro. ¿Qué fue de sus vidas? ¿Cómo sobrevivieron aquellas semanas en el monte? ¿Cuáles son los recuerdos que aún conservan? Juntos, treinta años después, comparten su relato, ese que lograron reconstruir en base a sus recuerdos, charlas con sus padres y material que leyeron en periódicos e Internet. Recordar los “remueve”, pero también los libera. 
Hasta que Ramira y Daniel se perdieron en el monte, los Quispe eran una familia común y corriente que vivía en un paraje en Molulo. Según cuenta, el matrimonio se ganaba el pan de la mano de la agricultura y la ganadería. La mujer, además, era tejedora. En ese contexto criaron a sus hijos. “Desde muy pequeños nos enseñaban la rutina del campo. Sabíamos ordeñar vacas y ovejas y hacer queso. Tuvimos una linda infancia”, cuentan los hermanos a dúo.

El extravío se produjo un 23 de noviembre. “Aunque puede haber sido el 22”, aclara Daniel y se disculpa de antemano por la poca precisión que va a poder ofrecer en algunos puntos del relato. “Me acuerdo bastante, pero no del todo completo. Lo que sí te puedo decir es que fueron 14 días y no 21, como aseguran varios artículos”, dice.

Todo comenzó mientras Ramira y Daniel estaban a cuidado de otro de sus hermanos, un niño de apenas 12 años. “Mi padre y mi madre se habían ido a llevar a los animales a pastar al monte. A la mañana, mi hermano nos mandó a buscar unos caballos, pero como no los encontramos, él salió a buscarlos y nosotros nos quedamos en la casa. Ahí teníamos corderos chiquitos. Estábamos jugando, nos olvidamos de darle la mamadera y uno de ellos se murió”, recapitula Daniel que, por temor a recibir un reto, decidió abandonar su casa. “Me estaba yendo y, para mí sorpresa, veo que estaba mi hermanita al lado mío. Volví para dejarla, pero cuando me di vuelta ya estaba de nuevo alcanzándome en el medio del camino”, dice.

Así las cosas, Ramira y Daniel emprendieron una caminata con la ilusión de encontrar a sus padres, a quiénes no veían desde hacía varios días. “Arrancamos la travesía y, por la cantidad de niebla que había, no se veía mucho el camino. Pero yo sabía hacia dónde ir porque mi mamá me había enseñado: ‘Siempre seguí para la derecha’, me decía”, cuenta él y destaca que ambos llevaban ropa de abrigo y una bolsa con “mote” (granos o legumbres cocidos en agua) y algo de carne hervida.

En el trayecto, ese primer día, también comenzó a lloviznar. En ese momento, cuenta Daniel, se encontraron con una señora que les sugirió que volvieran a su casa. Los Quispe le dijeron que “regresaban enseguida”, pero mintieron. “Nos quedamos escondidos detrás de un cerro y, cuando la señora se fue, seguimos caminando porque yo no quería volver a mi casa. Primero, porque extrañaba a mi mamá; y, segundo, porque tenía miedito o algo así”, dice él. Ramira acota: “Pasamos la noche ahí, tapados con paja. A la mañana siguiente se disipó un poco la neblina y seguimos caminando. Yo lo seguía a él todo el tiempo, no me desprendía un segundo. Él era mi guía”.

“Queríamos volver y no podíamos”
Daniel no recuerda la ruta que hicieron, ni tampoco la cantidad de kilómetros que caminaron. Lo que sí recuerda es que, en algún punto, llegaron a la orilla de un río. Primero saltó él, después su hermana y ahí ya no supieron para dónde seguir. “Queríamos volver sobre nuestros pasos porque ya no encontrábamos camino, pero no podíamos porque era alto y costaba subir. En realidad yo podía, pero mi hermana no”, cuenta.

Acerca de la topografía del lugar, consultado por Infobae, el geólogo Javier Elortegui Palacios, que además es docente e investigador de la Universidad Nacional de Jujuy (UNJu), contextualiza sobre Molulo y explica que es uno de los lugares más “inaccesibles e inhóspitos” de Jujuy por lo que la mayoría de las personas llegan allí a pie y con ayuda de animales de carga. “Es una zona con un ‘relieve muy movido’: hay precipicios y desniveles, ya que está ubicada a 2.900 metros sobre el nivel del mar, con picos de 3.000. Los locales denominan ese sector como ‘monte’; para los geólogos es ‘yunga’ o selva de montaña y va desde Tucumán hasta Bolivia. En lo que respecta al clima, por tratarse de una zona húmeda son muy comunes las lluvias y las neblinas. Hay, además, mucha bajada de agua: los ríos o arroyos son blancos y cristalinos. También árboles de durazno y manzana. En cuanto a la fauna, es común la presencia de pumas”, explica.

En medio de la desesperación, sin saber a dónde ir y sin poder regresar, los Quispe encontraron una casa abandonada con un horno de barro. “Para ese momento yo ya estaba más débil. Me acuerdo de que Daniel me daba agua y me alimentaba con plantas silvestres y manzana verde, como podía, porque las manzanas estaban en un árbol grande. Entonces él lo golpeaba con unos palitos y caían, pero a veces caían al río y no podía agarrarlas”, cuenta Ramira. “Yo me quedaba ahí en la casita porque ya no podía caminar: parte del trayecto lo había hecho descalza porque se me rompieron los zapatos y tenía muy mal mis piecitos”, agrega.

A pesar de haber conseguido ese refugio, los hermanos todavía recuerdan la angustia y el terror que pasaron aquellas noches. “Escuchábamos ruidos y teníamos miedo porque sabíamos que había pumas. Dormíamos abrazados”, cuenta Ramira. A Daniel, en paralelo, se le venían a la mente las historias de duendes y de criaturas misteriosas que alguna vez había escuchado que ocurrían en el monte. “Me acordaba y lloraba. Incluso, en un momento, me empezó a dar miedo ir al río, porque pensaba que había víboras. Después, con el tiempo, entendí que eran ramas o raíces de árboles”, dice. Y sigue: “Hasta el día de hoy siento la tristeza. Por eso me cuesta hablar. Yo era un niño. Estaba acostumbrado a estar con mi mamá y no podía encontrarla. Entonces lloraba; pero también lloraba por mi hermana. Pedía, como se dice, un milagro de Dios”.

El 7 de diciembre de 1994, luego de encontrarlos, los hermanos fueron tapa de los diarios locales. “Gracias a Dios”, aseguró un diario que mantuvo el tema en agenda mientras estuvieron perdidos y luego de que los encontraron (Crédito: El Tribuno de Jujuy)
El encuentro con la pastorcita
 
Mientras Daniel y Ramira se acovachaban sobre un colchón de paja que habían armado bajo el horno de barro, todo Jujuy los estaba buscando. Sus nombres figuraban en la tapa de todos los diarios locales y, a medida que pasaban las semanas, también comenzaron a hacerse eco los medios nacionales. “Los dos niños extraviados en Molulo no fueron encontrados anoche pese a la intensa búsqueda que realiza, desde hace varias jornadas, personal de la Policía de la Provincia, con el apoyo de un helicóptero de Gendarmería Nacional y de numerosos baqueanos de la zona”, contaba El Tribuno el 1° de diciembre de 1994.

Unos días después, no está claro si el 2, el 3 o el 4 de diciembre, una pastorcita llamada Lucrecia Cándida Goyechea, de 12 años, se cruzó con Daniel mientras buscaba unas vacas perdidas en el monte. “Vi pasar una persona y salí de la casa. Prácticamente, ya no salía porque escuchábamos ruidos todo el tiempo. Uno en particular nos asustaba mucho. Resulta que eran el ruido de un helicóptero, pero en ese momento yo no sabía qué era, nunca había visto uno, y tenía terror”, dice él.

Del intercambio con Lucrecia, Daniel no recuerda mucho. “Ella me preguntó por mi hermanita. Como te digo, no sé si respondí o no, lo único que me acuerdo fue que me pegué una disparada hacia dónde estaba mi hermana y ella me siguió”, repasa. Al entrar al lugar, Cándida encontró a Ramira recostada y la cargó en brazos. Después lo convenció a Daniel para que la siguiera y, entre los tres, fueron hasta su casa, que quedaba por la zona. Allí los alimentaron y dieron aviso a sus padres.

Ramira y Daniel en el hospital. Ambos estaban desnutridos, deshidratados y ella con las plantas de los pies muy lastimadas.

El después
 
Tras el rescate los hermanos fueron trasladados por cinco efectivos del cuerpo de Infantería hasta el hospital de Tilcara en una caminata contrarreloj. “Para nosotros la travesía fue muy difícil, conocíamos muy poco la zona. Si bien estábamos preparados físicamente, caminamos y escalamos cerros con piedra laja, fue muy costoso iniciar la búsqueda, pero muy emocionante hallarlos con vida a los niños”, dijo Sergio Tejeda.

“Si a mí no me encontraban esos días, yo ya no contaba esta historia. Estaba desnutrida, con los pies lastimados y llena de bichitos en la cabeza, así que tuvieron que cortarme el pelo. Yo digo que fue un milagro de Dios porque ya nos daban por muertos. Mi mamá y mi papá, por lo que me contaron, querían encontrar, aunque sea los huesitos, para enterrarnos”, dice Ramira.

Lo que siguió, una vez que los dieron de alta, fue un cambio radical en su estilo de vida: Ramira y Daniel dejaron el campo y se instalaron en la casa de su hermana mayor en León, a unos 25 kilómetros al norte de San Salvador, adaptándose a un entorno completamente diferente. Allí, meses después, asistieron a la escuela rural Nº 44 “José Ignacio Gorriti”.

Con el tiempo, la historia de los hermanos Quispe se volvió legendaria, con todo lo que eso implica. “Se dijeron muchas cosas falsas acerca de nosotros. Que nos dieron casas, autos... Pero nada de eso pasó”, dice Daniel, que hoy vive de “changas”, y asegura que le vendría muy bien tener un trabajo fijo.

¿Si alguna vez volvieron al lugar donde se perdieron? “Jamás. No sé si lo soportaría. Aunque fuera acompañado, volver al mismo lugar, sentir esa sensación... No tengo el impulso para hacerlo. Hasta el día de hoy no lo hice. Pasé por lugares cercanos, pero no llegué al lugar exacto donde estaba el horno”, dice Daniel. Ramira se suma: “Yo tampoco. A mí lo que me pasa es que pienso en todo esto y digo: ‘Guau’. Porque hoy en día se pierde mucha gente en el campo y no duran ni tres, ni cuatro días. Nosotros sobrevivimos 14 días comiendo plantas silvestres, manzanas y tomando agua de río. Lo pienso y se me pone la piel de gallina y tiemblo. Es algo impresionante lo que nos pasó”.

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